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Foto del escritorLala Toutonian

Victoria y Silvina, las chicas Ocampo

Las Ocampo no son las Brontë: las primeras son dos (de cinco hermanas, las que se dedican a la escritura), las segundas son tres (más un hermano alcohólico y pintor). Unas eran adineradas y las otras no. Argentinas unas e inglesas las otras. Tampoco fueron contemporáneas. Sí que ambas partes fueron mujeres de letras y vanguardia y eso ya es mucho en común. Aquí un perfil de las hermanas Ocampo, quienes tanto han contribuido en la cultura literaria de nuestro país. POR LALA TOUTONIAN Victoria (Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo) era la mayor de cinco hermanas y había nacido en 1890. Quizá la mecenas más grande, fue una intelectual como nunca se había visto en Argentina. Escritora, ensayista, traductora, editora y sobre todo, una dedicada filántropa. Silvina (Silvina Inocencia Ocampo) era la menor de todas y se llevaba trece años con Victoria, nació en 1903. Escritora, cuentista y poeta, también fue artista plástica y había estudiado con los precursores del surrealismo. De familia patricia, aristocrática, se criaron bajo los cánones de la época cual familia victoriana y ambas compartieron institutrices a pesar de la diferencia de edad y sobre todo, las unía el amor por las letras. Silvina escribía de muy pequeña en francés, Silvina hacía lo propio en inglés y todavía no habían cumplido los diez años de edad… Pasaron su infancia entre la casa familiar (Villa Ocampo, construida por su padre, don Manuel, que fue ingeniero), la de Mar del Plata, la de Barrio Parque en capital, los viajes a Europa en barco donde, como cuenta Mariana Enriquez en La hermana menor, ese perfil tan íntimo de Silvina, llevaban hasta las vacas para tener la leche fresca. Silvina fue la mujer de Bioy, eso lo sabemos. Pero un dato maravilloso es que los jóvenes no se habían casado cuando se fueron a convivir, toda una resistencia en esos tiempos. O Victoria, tan atrevida, que manejaba sus propios autos (un menester privativo del hombre) y usaba pantalones. A Victoria le debemos el descubrimiento literario no solo argentino sino mundial: Jorge Luis Borges. Transcribimos parte del discurso de Georgie en la Unesco tras la muerte de su amiga: “La vida de Victoria Ocampo es un ejemplo, un ejemplo de hospitalidad. Esa hospitalidad la llevó a recibir tantas culturas, tantos países a través de su memoria llena de versos en diversos idiomas. No siempre estábamos de acuerdo. Ella cometía para mi la herejía de preferir Baudelaire a Hugo y yo cometía para ella la herejía de preferir Hugo a Baudelaire. Pero nuestras discusiones eran discusiones gratas. Yo no recuerdo que ella cometiera el error común, que yo suelo cometer, de admirar a alguien contra alguien. No, era fundamentalmente generosa. Si admiraba a un escritor no lo admiraba contra los demás escritores. Ella no admiraba a Baudelaire contra Hugo o contra Verlaine, no, era mucho más sabia que yo. Yo suelo tender al fanatismo y ella no lo tenía. El recuerdo de Victoria Ocampo me acompañará siempre. Yo no era nadie, yo era un muchacho desconocido en Buenos Aires, Victoria Ocampo fundó la revista Sur y me llamó, para mi gran sorpresa, a ser uno de los socios fundadores. En aquel tiempo yo no existía, la gente no me veía a mí como Jorge Luis Borges, me veía como hijo de Leonor Acevedo, como hijo del Dr. Borges, como nieto del coronel, etc. Pero ella me vio a mí, ella me distinguió cuándo casi no era nadie, cuando yo empezaba a ser el que soy si es que soy alguien todavía, porque a veces tengo mis dudas, a veces creo que soy una superstición de ustedes y ustedes me han inventado, sobre todo Francia me ha inventado”. Victoria tuvo un par de matrimonios, destacados romances (como el de Lacan), fue amiga de Virginia Woolf, Jung, Malraux, Heidegger, Stravinsky, Camus, Graham Greene (a quien tradujo) y promovió el trabajo de todos estos y muchos más. La revista Sur, que ella creó y editó por años, fue por igual su cielo y su infierno: nadie había hecho semejante gestión cultural y ahí hundió la fortuna familiar. Silvina, por su parte, con un temperamento tan distinto al de su hermana, tenía una vida social más recluida, más íntima (toleró estoicamente las infidelidades de su marido), junto a Bioy y Borges conformaban una cofradía única. También en La hermana menor leemos que la escritora debía “tapar” a Borges sus partes íntimas: iban a la playa de Mar del Plata y ya ciego este domador tigres y laberintos, no se daba cuenta de su exposición. Escribió cuentos, poesías, teatro, cuentos infantiles, novelas, en inglés, en español, en francés… Ambas están enterradas en la cripta familiar del cementerio de Recoleta. Apenas éste un trazo para delinear dos personalidades muy diferentes y aún así unidas en su ideal literarios. Mujeres independientes, de vanguardia, dueñas de una lucidez pocas veces vista. Y no, no hacían gala de sus logros, no por humildad sino porque era parte de un todo, de una vida que supieron cultivar a fuerza de intelectualidad. Como las Brontë, igual. Aquí un poema de Silvina. En tu jardín secreto hay mercenarias En tu jardín secreto hay mercenarias dulzuras, ávidas proclamaciones, crueldades con sutiles corazones, hay ladrones, sirenas legendarias. Hay bondades en tu aire, solitarias multiplican arcanas perfecciones. Se ahondan en angostos callejones, tus árboles con ramas arbitrarias. Alguna vez oí el chirrido frío de un portón que al cerrarse me dejaba prisionera, perdida, siempre esclava de tu felicidad que junto a un río bajaba entre las frondas a un abismo de intermitente luz, con tu exorcismo.



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