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Foto del escritorLala Toutonian

Postales desde el vacío

Eagles of Death Metal en la sala Bataclan, 13 de noviembre de 2015, París.



El terror es, en su mayor parte, inútiles crueldades cometidas por miedo.

Friedrich Engels

— ¿De dónde eres?, le preguntó el atacante apuntándolo.

— De Chile, respondió David Fritz que tenía veinticuatro años en ese momento.”Cuando se lo dije vi desinterés en sus ojos. Luego, Omar Mostefai no volvió a hablarme”, relata llamando a uno de los asaltantes por su nombre. “Decirle terrorista es poco”, rematará.

Un concierto de rock es lo más cercano a hacer la revolución. Una manifestación de protesta, la provocación vuelta arte, otro elemento cultural identitario que congrega a idealistas y desencantados unidos frente a las adversidades sociales. El rock puede leerse como una revolución pacífica, filosóficamente estético, mientras que los nuevos exégetas se desvían de las doctrinas de un sistema ideológico apelando al terror para imponerse. Qué lejos de la revolución están estos últimos, verdaderos terroristas vacíos de moral.

Están las bandas que no logran trascender más allá de lo local. Desde ya que si la agrupación es oriunda de Estados Unidos o Europa, las posibilidades mediáticas y no necesariamente talentosas, serán más abarcativas. Así es como los norteamericanos Eagles of Death Metal, músicos de rock alternativo, cuando sufrieron el ataque terrorista en su concierto de París, eran poco conocidos para el resto del mundo. Tanto así, que por falta de profesionalismo, vagancia intelectual o hasta desinterés, hubo medios periodísticos que los clasificaron como una banda del género death metal propiamente.

El terrorismo, esa forma de lucha política embarcada en sembrar el terror a partir de acciones criminales, data históricamente de cuando los revolucionarios -esos locos altruistas, los primeros anarquistas, echaban mano de actividades violentas para impresionar al enemigo -el Estado, generalmente. Hoy el mundo entero es víctima de grupos fundamentalistas más arbitraria que aleatoriamente, que sufren las consecuencias.

La noche del 25 de noviembre de 2015, Eagles of Death Metal se encontraba en plena performance en la sala Bataclan ubicada en el suburbio parisino cuando cuatro integrantes del Estado Islámico irrumpieron con escopetas kalashnikovs y granadas adosadas a sus cuerpos. Además del grupo y su equipo de trabajo, se encontraban presentes 1500 personas que habían ido hasta el 50 del Boulevard Voltaire de la capital francesa a presenciar el show. La banda liderada por Josh Homme, músico conocido por haber sido el guitarrista de Kyuss y fundador de Queens of the Stone Age -agrupaciones que apadrinaron el stoner rock, ese género denso, desértico, plagado de bajos que hechizó a toda una generación de la década del 90-, fue testigo desde el escenario del revuelo. Increíblemente, Homme no había podido viajar a último momento: Fue “El destino”, dirá, “Las cosas malas son como el atardecer: se disipan con el transcurso del tiempo. Pero este será un atardecer muy largo”.

El rock une; entonces, atentar contra un concierto es el gran oxímoron.

La banda, armada por el mismo Homme además de Jesse Hughes, incluye una larga lista de músicos invitados quienes comprometidos con diferentes trabajos, fluctúan la formación y así es como el destino rescató a Josh Homme de estar tocando en el escenario de Bataclan aquella fatídica noche de noviembre de 2015. Mientras la banda huyó por una puerta lateral del escenario, entre los 89 muertos se encontraba el encargado de venta de merchandising de la banda, Nick Alexander de 36 años, quien estaba más cerca de la puerta de entrada. Gritos, explosiones, corridas desesperadas hacia la salida se mezclaban con los disparos indiscriminados contra el público. Los terroristas, con actitud temeraria y a cara descubierta sin nada que perder, lograron reducir a unos cien rehenes mientras la mayoría de la audiencia lograba escapar al igual que los miembros de Eagles of Death Metal. El atentado era parte de dos ataques simultáneos más en otras partes de París: un tiroteo en el restaurante Petit Cambodge y en una brasserie cercana al Estadio de Francia.

“Mis amigos fueron (a París) a rockear y murieron, quiero volver y vivir”, dirá Homme más tarde. La banda había empezado el show de esa noche con la canción Kiss the Devil cuando comenzó el ataque. Hughes, Dave Catching, Julian Dorio, Eden Galindo y Matt McJunkins, todos los integrantes del grupo sobrevivieron. Tras el ataque, EofDM comenzó una campaña para recaudar fondos: reversionaron Save a Prayer, el clásico de Duran Duran (el mismo Simon Le Bon se ocupó de la promoción) y donaron la totalidad de las ventas. Innecesariamente polémico, Hughes llegó a denunciar que ciertos miembros de la seguridad de esa noche en la sala Bataclan habían sido cómplices de los atacantes solo por su calidad de musulmanes. Tras la lluvia de insultos tanto de parte de los oficiales franceses como los dueños del mismo Bataclan, se disculpó por sus dichos, proverbialmente fuera de lugar. "Esa noche faltaron a su trabajo como agentes de seguridad en la sala, musulmanes todos ellos. Y ví muchos islamistas festejando el hecho en las calles de París". Inoportunas palabras y pensamientos extremistas de quien se vio afectado directamente por el ataque terrorista de ISIS. Tiempo más tarde, la banda realizó un documental bajo la dirección del actor americano Colin Hanks llamado Eagles of Death Metal: Nos Amis (nuestros amigos) que fue premiada por la cadena HBO en 2017. La fama de EofDM lamentablemente referirá siempre a su penoso incidente más que por su transcurrir musical.

Francia se había convertido en objetivo preferente del terrorismo internacional en esos últimos años. Las razones referirán a diferentes posturas políticas del Estado francés frente a la inmigración musulmana.

Antecedentes: en marzo de 2012, un ciudadano francés de origen argelino Mohammed Merah, asesinaba a cuatro personas, entre ellas tres eran niños, en una escuela judía en Toulouse y pocos días antes había asesinado a otros tres militares y herido a uno. En un enfrentamiento con la policía murió de un disparo.

En enero del 2015 hubo una toma de rehenes en su supermercado kosher dejando un saldo de cuatro muertos; a los pocos días la redacción del semanario Charlie Hebdo fue escenario del ataque de dos encapuchados que dispararon con rifles kalashnikovs dejando doce víctimas fatales. Ambos actos fueron confirmados por uno de los terroristas en un video póstumo donde los relacionaba.

En junio del mismo año hubo un ataque a la empresa gasística de Saint Quentin-Fallavier donde murió una persona y a los dos meses, el intento de atentado en el tren Talys-Bruselas, sin resultados fatales. En junio de 2016 apuñalan en la calle a un policía y a su esposa. Todos estos actos más la fatídica jornada que incluyó el ataque a Bataclan fue reivindicada por el Estado Islámico.

El saldo de 89 muertos de la sala Bataclan fue parte de los 137 fallecidos solo en esa jornada, además de 400 heridos. Tres de los cuatro miembros se inmolaron mientras el último fue abatido por la tropa de élite de la policía gala. La autoría de los ataques terroristas fue reivindicada por ISIS, la organización yihadista. Salah Abdeslam de veintiséis años, francés nacido en Bruselas, fue el cerebro tras la operación. Se sospecha que fue quien alquiló el auto encontrado más tarde en los alrededores del recinto y transportó a Omar Ismail Mostefai, Samy Amimour y Foued Mohamed-Aggad hasta el lugar. Todos eran integrantes de ISIS.

El chileno David Fritz fue tomado como rehén cuando intentaba escapar por una de las ventanas de la sala Bataclan cuando lo tomaron desde atrás para luego permanecer largo rato junto a otras personas en su misma situación. “Sentí rabia”, dirá más tarde. Radicado en Francia desde hace años, Fritz disfrutaba del show de Eagles of Death Metal cuando el “redoble de tambor fue tan fuerte que me dije a mí mismo que se parecía a un fusil kalashnikov. Los Eagles of Death Metal son un poco locos... Pero entonces miro hacia abajo y veo gente muerta. Ahí comprendo que se trata de un ataque cuando siento el olor a pólvora. Les grité a todos que se tiren al suelo". Es ahí cuando se dirige a una ventana abierta que, a pesar de estar a siete metros de altura, intenta saltar. Asegura que desde el primer piso de la sala oye un disparo y comienza el pánico. Fritz se cuelga de la ventana cuando uno de los terroristas urge a David y a otros espectadores "regresar al balcón”. David Fritz estaba con cuatro amigos escuchando a los Eagles of Death Metal desde el primer piso de la mítica sala de conciertos. “Fui un momento al baño”, dice. Al salir ya no había música, sino ráfagas de balas de las kalashnikov”. No encontró la salida de emergencia que usaron sus amigos y acabó en manos de los terroristas. “Mientras tanto, veía a uno que seguía disparando en la platea y matando gente", continúa. El hombre armado los mantenía bajo control apuntándoles: “Trataba un poco de tranquilizarnos. Luego hubo una enorme detonación. Fue duro, terrible, nos sentimos en una trampa. Sentí rabia contra el mismo Bataclan, si hubiese sido un incendio, ni siquiera había salida de socorro para el piso superior. ¡Y abajo la platea era una carnicería, habían matado a todos!". El negociador externo fue fundamental: "Un momento interminable... Como en las películas, un intermediario pidió veinte minutos al terrorista", que acepta, bajo la amenaza "de hacer explotar todo". En estas declaraciones a la televisión chilena, David contó que los atacantes le preguntaron su país de origen y de qué trabajaba. En determinado momento hubo un fuego cruzado entre la policía y los terroristas y se produjo una explosión acompañada de una enorme deflagración con tal intensidad que los cabellos de Fritz se prendieron fuego: "Pasamos de un momento de calma a un terremoto. Los terroristas habían perdido el control y probablemente habían decidido hacerse explotar". “Voy a avanzar sin mirar hacia atrás”, se dijo y avanzó en dirección a la policía, así quedó entre ambos bandos. Se tiró al piso y se camufló entre los cuerpos haciéndose pasar por un muerto más. Así salvó su vida. Dos horas y media estuvo encerrado junto a los atacantes. A las 00:19, cuando las fuerzas especiales iniciaron el asalto, los terroristas se hicieron explotar. Todos los rehenes salieron ilesos. A esa noche le siguió un año sin trabajar y visitas al psicólogo. “Sigo viviendo en el Bataclan. Todo está filtrado por el Bataclan. Todo lo que hago y pienso está relacionado con el Bataclan. Espero el día en que el Bataclan no esté tan cerca de mí”. En su antebrazo izquierdo, David Frtiz se tatuó en número romanos la fecha que le marcó la vida: XIII-XI-XV.

Matthieu Langlois fue uno de los médicos que atendió a las víctimas de esa noche y escribió un libro al respecto. Asegura que no piensa en los atentados para así ahuyentar a los fantasmas pero no olvida que fue uno los tres médicos que entraron al Bataclan después del horror. Langlois fue uno de los doctores de las fuerzas especiales y cuando entró en la sala de conciertos, los heridos llevaban una hora desangrándose. Cuenta que mientras en la calle todo era caos, adentro el silencio era “pesado”. Los cuerpos se amontonaban y había tanta sangre en el suelo que era difícil mantener el equilibrio. “El que pueda moverse que venga hacia mí”, gritó pero nadie respondió. “Recuerdo a una joven con una herida de bala en la cabeza: estaba inconsciente pero respiraba. No tenía ninguna probabilidad de vivir. Mi rol es clasificar. Si hay gente que tiene una oportunidad de sobrevivir tengo que derivarla al hospital antes que a esa joven; '¡Pero está muriendo!', me protestó un policía, 'Todos están muriendo, le tuve que contestar. Cuando los médicos del hospital me confirmaron que la chica falleció al día siguiente sentí ún extraño alivio. Asumo mis decisiones pero necesito saber que eran las que debía tomar. Hay que decir la verdad a las familias de las víctimas aunque sea inaceptable. Hay que explicar por qué tomamos estas decisiones”. El doctor Langlois no volvió a estar en contacto con ninguna de las personas a quienes salvó la vida aquella noche.

Patricia Correia se encontraba en Lisboa cuando supo de los ataques en París e intentó ponerse en contacto con su única hija Precilia. No tuvo respuesta hasta que el teléfono quedó apagado. No sabía a ciencia cierta si había asistido al concierto pero lo sospechaba. “Creo que murió a las 21.45. Fue a esa hora que se apagó la lucecita verde del chat de su Facebook, quizás hablaba con sus amigos”. Cinco balas le habían destrozado el abdomen. Precilia Correia de 35 años vivía con su madre en la capital francesa. “Ella creía que el concierto era el sábado. Pero a último momento un amigo consiguió entradas para esa noche”. Precilia viajaba con frecuencia a Portugal, la tierra de su padre. “Si alguna vez tengo un accidente”, le había pedido a su madre, “quiero que me lleven al cementerio de los Placeres”. Ahí la llevó su madre, a las alturas de Lisboa, frente al río Tajo, en un ataúd blanco firmado por sus amigos. “Todos los días se me cierra la garganta. Estoy habitada por el dolor. Aunque no lo muestres, a veces, cuando estás sola, te derrumbas. Yo necesito estar en acción ayudando a las víctimas y a los familiares de una u otra manera. Así trato de volver a darle sentido a mi vida. Y por la noche solo logro dormir porque estoy agotada. Siempre algo te recuerda la ausencia. Cuando Precilia volvía del trabajo, se bajaba en la estación de tren y después tomaba el bus para venir a casa. Si yo podía, a veces pasaba a buscarla con el coche. Me esperaba en la parada. Ayer pasé conduciendo por esa parada y la imaginé ahí esperándome. Su ausencia estará presente hasta mi último suspiro. La olvidaré sólo cuando esté muerta. Y entonces ya no sufriré”.

Al día siguiente de los tristes acontecimientos, Madonna tenía agendado un concierto en la ciudad de Estocolmo. Sin compromisos políticos aunque como se pronunció contra la política misógina de Donald Trump cuando asumió como presidente de los Estados Unidos, y destacadamente perturbada, subió al escenario y dijo entre lágrimas: "Este show es para celebrar la vida. Es muy difícil seguir con el espectáculo después de lo ocurrido sin olvidar lo que pasó anoche. Necesito mencionar la tragedia, los asesinatos y el sinsentido de esas vidas que se perdieron anoche en París. ¿Qué hago aquí arriba bailando cuando hay gente que está llorando la pérdida de sus seres queridos? Sin embargo, eso es exactamente lo que esta gente (los terroristas) pretende. Quieren callarnos, silenciarnos. No los dejaremos. Porque hay poder en la unidad. Sé que todavía hay mucho caos, dolor y violencia ahora mismo no solo en París pero mientras eso ocurre también hay muchas más cosas buenas pasando en el mundo. Estamos aquí para demostrarlo. Iba a cancelar mi concierto esta noche pero ¿por qué voy a permitir que me impidan a mí, a todos nosotros, disfrutar de la libertad? Todos los lugares donde anoche la gente fue asesinada eran espacios donde estaban celebrando la vida. Esa es la libertad que damos por sentada y no deberíamos, aunque es una libertad que nos merecemos ya que trabajamos duro para lograrla. Hay gente que comete verdaderas atrocidades contra los seres humanos. Pero nunca cambiaremos este mundo si no cambiamos nosotros. La forma de hacerlo no es eligiendo un nuevo presidente, no es matando a cientos de personas: es el modo en el que nos tratamos día a día. Solo el amor cambiará el mundo. Pero es muy difícil amar de manera incondicional aquello que no entendemos o que es distinto a nosotros”. Tras el solemne minuto de silencio de rigor, la cantante empezó uno de los shows más rabiosos de su carrera.

Sin hacer juicios de valor, quizá Eagles of Death Metal haya trascendido más por este lamentable episodio que por su música. Un año después en la reinauguración de la sala, Sting -quien ya había tocado en el lugar con The Police el 23 de abril de 1979- dio un concierto en homenaje a las víctimas; la totalidad de la recaudación fue donada por el músico inglés a las familias de las víctimas. “Esta noche tenemos que conciliar dos deberes: primero, recordar a quienes perdieron la vida en el ataque y también celebrar la vida y la música en este lugar histórico”, dijo el cantante en francés. En esa emotiva velada se dieron cita en el lugar los sobrevivientes y los familiares de los fallecidos, una totalidad de 1500 almas unidas en respeto y empatía. Sting fue el artista elegido por su compromiso político, social y porque ya había subido a ese escenario. En 1979, The Police, el trío que lideró con tanto éxito y recién daba sus primeros pasos, el 23 de abril puntualmente, tocó en Bataclan. “Sabíamos que serían una banda enorme”, había comentado Albert Tauby, el baterista del grupo soporte, los ignotos Edith Nylon. “Fui el único que cruzó unas palabras con uno de ellos, le pedí a Stewart Copeland si me prestaba algunas partes de su batería y accedió muy cordialmente”. Can't stand losing you, So lonely, Roxanne, Born in the 50's todavía no eran los hits que son hoy pero ahí sonaron frente a 1500 personas que pagaron 30 francos para verlos en vivo.

Empezábamos diciendo que el rock es revolución. Esa revolución que no sabe de armas ni miedos aunque sí de poesía y tezón. Porque revolución es transformación y de eso trata una estructura cultural como es la música: apelar al arte como respuesta a un conflicto social. La tiranía no es eterna y la insurgencia tampoco, el rock sí. Mientras el nacionalismo cívico -esa psicología de pertenencia radical a un contexto geográfico- obliga a la violencia, el rock es acervo de inclusión y libertad. La sangre en la música no es étnica, es familiar. Una hermandad.

Cabe reflexionar y contextualizar cada evento histórico en su seno. Mientras en su tiempo Hannah Arendt descalificaba al terror como ejercicio mudo y hasta apolítico, Jean Paul Sartre era un defensor de la violencia revolucionaria, lo mismo su par Frantz Fanon. Desparramar el terror desmerece el potencial revolucionario. Los verdaderos amantes de la libertad sabrán que la revolución cultural, la liberación, no se conduce por el camino del arrebatamiento y del ensañamiento.

El rock así lo entiende.




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