CULTURA FRANCO “BIFO” BERARDI13-09-2020
DIARIO PERFIL
"No hay futuro"
Pandemia, desastre ecológico, infectadura, racismo, caos, concentración de capital... El pensador italiano dialogó con PERFIL sobre todos estos temas y adelanta su nuevo libro que esta semana se distribuye en Argentina.
Dialogamos con el pensador italiano Franco Berardi, que publica su nuevo libro en nuestro país. |
Lala Toutonian
Hombre de izquierda, incansable pensador, infatigable ensayista, Franco “Bifo” Berardi (Bolonia, 1948) refiere su última publicación a esto justamente: la fatiga, la asfixia, la falta de aire y por consiguiente de palabra. Respirare - Caos y poesía (Prometeo) resulta un análisis psicoanalítico como nunca lo ha hecho y propone la poesía como terapia, o mejor: la terapia poética como ejercicio de respiración para sobrevivir al caos. A Bifo lo precede una obra filosófica que lo sitúa entre un marxismo y estructuralismo de vanguardia, un pos pensamiento a estas corrientes, donde el lenguaje, desde una perspectiva o interpretación social de su propia retórica resulta una estructura fundamental para pensar estos tiempos. ¿Pesimista? Realista; y hasta optimista, por momentos. Considera al covid no como una causa de efectos sino como un catalizador, un acelerador de tiempos (calentamiento global, neoliberalismos, etc.). Una multiplicación del dolor. Hoy la naturaleza humana se ve alterada, y como seres de lenguaje que somos, los análisis son retóricos. Esta plaga no deja de ser negra: el covid mata de asfixia y de algún modo esto vira a una lógica distinta a la que siempre se rigió la cultura humana. Corrección política: ¿cuánto afecta a la buena literatura? Su condición de asmático mucho tiene que ver en su visión del mundo, quien tiene la dificultad de respirar, desde la polución hasta circunstancias existenciales son detonadores de ahogo. Sostenido desde esta perspectiva, escribe: “Tal vez un sentimiento de solidaridad asmática hizo que me provocara tanta impresión el video que muestra el asesinato de Eric Garner, un afroamericano que padecía asma y que fue asesinado el 17 de julio de 2014, en Staten Island: un policía lo aferró por la espalda, apretándolo con su brazo hasta ahogarlo. Sus últimas palabras, que repitió ocho veces antes de expirar, fueron repetidas por millares de personas en las calles de las ciudades norteamericanas en los meses sucesivos: ‘No puedo respirar’”. Y continúa: “Trump es el emperador perfecto de este imperio barroco de la hipocresía reluciente, que se superpone al sufrimiento silencioso generalizado. La respiración es un punto de vista que puede ayudarnos a explicar el Caos contemporáneo para buscar una vía de escape del cadáver del capitalismo”. Los pensadores hacen una relación muy estrecha entre la filosofía y la poesía, y entre la filosofía y el psicoanálisis. Quizá porque lo que reactiva la respiración es el análisis sesudo que necesitamos hoy que estamos al límite del colapso (vital-social-capitalista-etc.): “El problema que yo expongo es el de la subjetividad, o mejor dicho, el problema de la subjetivación. ¿Cómo pueden crearse formas de elaboración emocional y política de la condición en la cual nos encontramos? ¿Cuál es esta condición? Es una condición de asfixia que ha sido producida antes que nada por la aceleración de la explotación de las energías nerviosas del organismo individual y colectivo, y secundariamente por la difusión de un bio-virus que está paulatinamente evolucionando en un psico-virus después de haber infectado la info-esfera. La política como el psicoanálisis se han vuelto incapaces de proporcionar respuestas adecuadas a esta doble asfixia”. La relación poesía-respiración tiene que ver por sus tiempos, la cadencia, el ritmo, la vibración. Y la poesía, despojada de precisión sintáctica, así lo logra. Berardi destaca en este nuevo libro que la poesía en sí es “nada” (podríamos agregar algún elemento nihilista) pero que el acto poético en sí es un acelerador del lenguaje: “Hay dos maneras de pensar la poesía en la situación presente, si por poesía entendemos la creación de formas lingüísticas, visuales, ambientales que hagan posible un ritmo autónomo desde la asfixia, un ritmo que haga posible la sintonía entre cuerpos, la danza feliz de la solidaridad y del erotismo. Pero hay dos maneras de pensar el gesto poético en la situación presente. Una manera es la de la sublimación, la traslación del placer (que se ha hecho imposible en la esfera del mundo social) a una esfera puramente simbólica. Otra manera es la re-incantación del mundo (como decía Bernard Stiegler), la reactivación de las energías eróticas y sociales según un otro ritmo. Creo que tenemos que habitar ambas maneras. Tenemos que protegernos en una esfera lingüística de cortesía y de amistad y de seducción. Pero no solo eso. Tenemos que buscar el ritmo de la época apocalíptica que estamos viviendo, tenemos que encontrar una sintonía con este ritmo, tenemos que difundir un ritmo armónico”. —La Tierra se asfixia desde antes del covid. Hoy el caos es absoluto. El litoral argentino está en llamas. Desde el Estado no hay accionar alguno. No solo la fauna y la flora se perderán para siempre, sino que los habitantes se han desalojado. Urge una ley de humedales para contener la catástrofe. La derecha argentina ha inventado un término ofensivo: frente a la disposición estatal de permanecer en cuarentena lo llamaron “infectadura”, haciendo un juego de palabras entre la infección del virus, por supuesto, y la dictadura militar. Una pregunta punk: ¿no hay futuro? —La pregunta punk tiene una respuesta muy fácil. Claro que no, no hay futuro. No hay futuro humano, en el sentido humanístico de la palabra “humano”. El futuro imaginable es invivible. Welcome to hell, como dice el estandarte de los activistas de Hamburgo 2017. Dos tercios de los animales de la fauna mundial ha muerto, según lo que escribe hoy la BBC en una investigación muy importante. Eso significa que el planeta no es habitable por organismos naturales como los animales, y nosotros humanos, que somos animales. La sobrevivencia de los humanos es una sobrevivencia al infierno. California, que es el estado más desarrollado, más rico, más técnicamente fuerte del planeta no puede hacer nada contra los fuegos que están destrozando su territorio. Un amigo me manda una foto del cielo sobre San Francisco, parece el cielo que había sobre Australia en diciembre. El mundo está prendido fuego y no hay una manera para apagarlo. Estamos entrando en la fase final del proceso de extinción de la civilización humana, pero la cuestión es: ¿cuál es el papel del intelectual en esta condición? Tenemos que buscar hasta cuándo es posible una salida, una posibilidad de sobrevivir. ¿Nuestro proyecto se ha reducido a buscar el sobrevivir en el infierno como sola posibilidad? ¿O nuestra tarea intelectual y nuestro proyecto político-terapéutico es disponer la mente y la relación social (lo que queda de la relación) a la extinción?”. Siguiendo con las políticas mundiales, nada resulta muy prometedor: Italia, España, Brasil, Reino Unido o Estados Unidos han fallado. Argentina ha tenido la cuarentena más larga y sin embargo hay rebrotes en todos lados. Cuál es el modo político a desarrollar y cuál el ejercicio social, pareciera no haber manera humanamente posible de saberlo: “No tengo una preparación científica que me permita de exprimirme sobre la elección de confinamiento que ha sido hecha por el estado italiano y por el estado argentino. Creo que una elección de otro tipo (la que han hecho criminales políticos como Bolsonaro Y Trump) era un desafío demasiado peligroso. Pero, al mismo tiempo, pienso que hemos hecho una elección inevitable que está destrozando la última esperanza: la esperanza de una subjetividad solidaria capaz de remediar colectivamente el desastre producido por el capitalismo neoliberal. Esta esperanza ha sido borrada por el brote. La generación que está creciendo hoy es una generación destinada a la sensibilización fóbica, a la soledad, al miedo, a la depresión. El suicidio se ha multiplicado cuatro veces entre los jóvenes en Italia durante la pandemia. Este es el punto más desesperante: que la generación futura no tenga la autonomía psíquica para imaginar, para construir solidariamente, para salir de la trampa capitalista”. —En un momento, Ud. dice que la civilización no desaparece sino que se separa de la humanidad. ¿Acaso lo dice por el humanismo entendido como algo humanitario o en un sentido sartreano? —La civilización no desaparece porque está trasladada en la máquina tecno-digital, el autómata global. La cognición misma, la memoria, el lenguaje, se trasladan en la máquina, solo la máquina puede actuar coherentemente. Alrededor del autómata hay el caos. Caos de las relaciones afectivas, de las relaciones políticas, de la economía, de la migración, de la agresividad identitaria, de la guerra. Pero la máquina técnica sigue trabajando, proliferando automatismos, chupando plusvalía, acumulando capital abstracto mientras la vida concreta se corrompe. Pero la civilización no pertenece a la vida consciente de los humanos. Los humanos son poseídos por el caos, y por el sufrimiento que el caos genera. La civilización sigue desarrollándose en forma de máquina separada por el organismo colectivo de los humanos, que pertenecen a la esfera del caos. “Socialismo o barbarie” hemos dicho en los años 60. El socialismo ha fracasado y la barbarie es lo que queda. Pero la barbarie no dura mucho, porque solo prepara la extinción. Estas “libertades” gubernamentales que incitan a promover la economía en virtud de la muerte de la población exponiéndose al virus, ¿qué nos dice?: “El capitalismo está muerto porque su dinámica fundacional, es decir la acumulación de capital, y consecuentemente la expansión, está bloqueada por los límites mismos del planeta, y por el agotamiento de las energías nerviosas de la sociedad. El estancamiento (secular stagnation en las palabras de Lawrence Summers) es la realidad inevitable. Para salir de la stagnation, para reactivar la acumulación, el capitalismo neoliberal ha puesto en marcha una tendencia de extracción y devastación que en cuarenta años de dominio neoliberal ha llevado la humanidad al borde del colapso final. Pero no logramos encontrar la salida desde el cadáver del capitalismo. La subjetividad social no tiene las energías mentales y políticas para producir un proceso colectivo de transformación socialista, igualitario, solidario y frugal”. —En su texto, Caos y poesía, o Caos y ritmo, quizá un ritmo de respiración, van de la mano ¿y nos salvan? ¿Qué nos espera? Porque no hay vuelta a ninguna normalidad, creo que compartirá esta sentencia. —El caos no es una realidad objetiva, no hay caos en la realidad. El caos es una relación entre el mundo y la elaboración de la mente humana. Cuando la complejidad y la velocidad de los procesos informacionales, y de la percepción misma del mundo superan la capacidad de elaboración consciente, entramos en una dimensión caótica. No podemos gobernar el caos, pero no podemos rechazarlo, cancelarlo, abolirlo. Tenemos que encontrar al interior del caos el ritmo y las formas que puedan permitirnos vivir armónicamente. Pero esta actuación presupone una subjetividad creativa, poética. Una imaginación que salga de los límites de la realidad que se ha vuelto caótica. ¿La pandemia pasará? No lo sé, pienso que sí, pienso que la vacuna o la cura, o el agotamiento mismo del brote liberará el mundo del coronavirus. Pero los efectos, sobre todo los efectos psíquicos permanecerán en el inconsciente colectivo. Volver a la normalidad es una esperanza estúpida, no solo porque la normalidad capitalista ha producido las condiciones del colapso, pero también porque las mutaciones producidas por el miedo, y por el distanciamiento hacen imposible una reconstrucción de la normalidad. Cuando se habla de volver al crecimiento económico no se considera que el crecimiento se ha vuelto imposible porque los recursos naturales se están agotando, pero también porque la subjetividad social no puede reactivar energías que han sido disipadas por la pandemia. La demanda de mercancía no es solo un efecto económico, es también un efecto psíquico, necesita la movilización de energías psíquicas que ya no existe. Hacia el final de Respirare, hace un análisis sobre la felicidad: “La felicidad es la suspensión consciente de la visión del abismo. En esos momentos de suspensión podemos construir puentes sobre el abismo. (...) El puente sobre el abismo puede tomar diferentes formas: el enamoramiento, la ternura, la creación colectiva, la alucinación y el movimiento. Estas formas dan vida a la experiencia viva del significado”. ¿Antes éramos felices y no lo sabíamos? “La felicidad no es una condición que se pueda traducir en forma analítica, es una condición de sintonía del organismo consciente con los otros organismos, conscientes e inconsciente, con los cuerpos de los otros humanos, y con el cuerpo de la naturaleza. La pregunta que tengo hoy es: ¿se puede ser feliz (como individuo, come individuos eróticos, como comunidad solidaria autónoma) en el horizonte de la extinción? No tengo una respuesta. Es la pregunta que me pongo en el umbral en que estamos demorando. ¿Podemos elaborar una forma de vida y de cultura que nos permita vivir felizmente el proceso de extinción de la civilización humana? No lo sé, pero me lo pregunto”. El colapso respiratorio de 2020 Franco Berardi La edición argentina de este libro, originalmente publicado en inglés por Semiotexte en 2019, se produce en medio de una doble crisis respiratoria mundial. La primera es la pandemia del Covid-19: un colapso del organismo social planetario, provocado por la asfixia hipercapitalista. La segunda es la agresión violenta contra las condiciones de vida de la población, sobre todo de los jóvenes: el estrangulamiento metafórico y verdadero. Esta agresión está desencadenando una revuelta de los negros norteamericanos, junto con los latinos, los migrantes y los blancos precarios. Síntomas del fin del capitalismo que deja en su lugar un abismo caótico. (...) Cuando digo que se trata de una crisis respiratoria, no es en sentido metafórico. La contaminación del aire en las metrópolis y la ansiedad de la precariedad, literalmente, han debilitado el organismo de los seres vivos, que respiran. Sin embargo, al mismo tiempo, lo que realmente me interesa en este libro es el desarrollo de una metáfora: la respiración se volvió difícil, la voz ronca, el cerebro colectivo entró en un estado de pánico por la falta de oxígeno. (...) Este colapso de la sociedad planetaria no se puede explicar solamente como la consecuencia de la epidemia de coronavirus. El organismo planetario ya estaba al límite del colapso y fue la pandemia lo que lo precipitó. Desde el aspecto ambiental, la cosa es por demás evidente: los bosques ardiendo, los hielos derritiéndose, los desiertos avanzando, las metrópolis asfixiando y la economía mundial sostenida gracias a la constante intervención para salvar las finanzas, mientras se empobrecía a los trabajadores y al sistema público y, en primer lugar, al sistema público de salud. (....) Comienzan transformaciones profundas e irreversibles en la sociedad, a las cuales la voluntad no puede oponerse, ni la política puede oponerse y para las cuales el poder no tiene armas. El virus actúa como un recodificador: el virus biológico recodifica todo el sistema inmunitario de los individuos y, tras ellos, de los pueblos. Luego, el virus opera un cambio del campo de la esfera biológica a la psíquica: produce miedo, distanciamiento. El virus modifica la reactividad al cuerpo de un otro, actúa en el inconsciente sexual. Asimismo, se verifica una difusión mediática del virus: la información se satura con la epidemia, la atención pública está polarizada y paralizada. El propio tiempo transcurre con una sensibilidad de nuevo tipo: el pasado se empieza a percibir de manera diferente y, sobre todo, el futuro se ve como inquietante, mientras que la respiración colectiva se torna difícil y, finalmente, se bloquea. ¿Entonces? Entonces se hace necesario modificar el ritmo, para retomar la respiración. Nos hallamos en un umbral. El umbral del pasaje de la luz a la oscuridad. Pero también el pasaje de la oscuridad a la luz. (...) Está en marcha una búsqueda colectiva a gran escala, que tiene un carácter psicoanalítico, político, estético, poético. En los últimos meses, asistimos a una profundísima laceración del sentido de la acción, de producir y de vivir. No es solo una cuestión médica, claro que no: las bases mismas de la civilización que hemos heredado (que la sufrimos, pero que también gozamos) están cuestionadas. ¿Seguiremos aceptando recortes al gasto público? ¿Seguiremos aceptando que el tráfico automovilístico vuelva irrespirables a las ciudades? ¿Continuaremos aceptando que energías descomunales se gasten en los sistemas militares? Pero, también, ¿seguiremos mirándonos de reojo, tal como estamos obligados con el tapabocas y los guantes y el miedo? ¿Seguiremos besando en la boca a una persona que hemos conocido hace una hora, tras una recíproca y deliciosa seducción? (...) Creo que el largo confinamiento del primer semestre de 2020, al que probablemente sigan otros confinamientos, marca el pasaje del horizonte moderno de la expansión, que ya hace tiempo venía frenándose, al horizonte de la extinción. En ese horizonte estamos ahora, y solo si sabemos respirar a otro ritmo, un ritmo que sabe de la extinción, sabremos sobrevivir y, tal vez, vivir nuevamente. “Bifo”, 1 de junio de 2020” Extracto de la Introducción de Respirare (Prometeo, 2020)
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