El 3 de noviembre, y en el marco de los IG Live de ESTACIÓN LIBRO, hicimos la presentación de Teoría de la Gravedad (Libros del Asteroide), un libro que compila una selección de columnas escritas a lo largo de más de cinco años por Leila Guerriero. La Guerriero, una de las grandes firmas del periodismo narrativo latinoamericano, se coloca a sí misma en su afilado punto de mira. Con una prosa feroz y precisa, la autora bucea en lo sutil para, desde el asombro con el que es capaz de iluminar la realidad cotidiana, alumbrar lo que permanece oculto en nosotros.
POR LALA TOUTONIAN
¿De qué tratan estos textos? Entre muchas otras cosas, «del tamaño de la aridez de nuestros corazones. De repollos y reyes y de por qué el mar hierve y de si los cerdos tienen alas. Del horror del amor cuando termina. De todas las cosas que estaban hechas para olvidar que no hemos olvidado nunca; de las que estaban hechas para no olvidar jamás (el dolor, los muertos queridos, aquella tarde en la arena) y que, sin embargo, hemos olvidado para siempre». Con prólogo de Pedro Mairal, este conjunto de escritos que, además de formar una hermosa constelación de sus recuerdos, lecturas y reflexiones, golpea al lector con la fuerza de la mejor literatura.
Textos que se leen como si fueran a formar un árbol, o una casa, o cualquier forma de cobijo. Palabras que nos encaran y representan, con una cadencia inigualable digna de los grandes ensayistas. Memorias, lealtades, pertenencias (existenciales), música y su posición estética, sus consumos culturales que tan bien transmite Guerriero. Nada más que agregar, leamos lo que nos dijo.
—¿Te negás a las redes? Sabes que hay algo que por ahí nos trasciende, iba a decir una cuestión generacional, ¿cómo estás?
—Bien, todo muy bien. No es negación pero cuesta tanto concentrarse en esta situación para hablar, ¿verdad? Y las redes son como un colador de la concentración: se va todo por ahí. Soy súper adicta al mail, la navegación, y me imagino que teniendo redes sociales estaría todo el día mirando quién dijo qué, lo que sea. No es negar, es preservación.
—Es preservación. Siempre pienso “menos mal que no había internet cuando estudiaba”. Imaginate el secundario, facultad con twitter.
—Yo no me habría ni recibido del colegio primario.
—Exacto. Gracias por este tiempo con ESTACIÓN LIBRO. Sobre todo en este contexto, viviendo esta cosa rara, estos pequeños momentos se atesoran doblemente. Así que aprovechamos este último nuevo título que acabás de sacar para hablar un poco al respecto. Contame cómo estás llevando esto del encierro por ejemplo.
—¿Cómo estoy llevando este tiempo? ¿Este tiempo inmóvil? Antes que nada, gracias a Malena Rey de la editorial que está aquí como un ángel guardián: de hecho estoy con su teléfono, con el IG de la editorial, es todo muy solidaridad total y buena onda. Hay días en los que, comparando la situación en la que estoy yo con la que está muchísima gente que de verdad está jodidísima, no puedo decir mal porque sería miserable de mi parte. Hay algo que tiene que ver con la oscilación o con cierta basculación anímica que siento que le pasa a mucha gente, una especie de desconcierto general. Entonces hay momentos en los que yo -que no soy muy maniática- me doy cuenta enseguida que lo estoy. O eufórica, eufórica vacua. Tanta felicidad. ¡Estoy tan bien! ¡Puedo estar en casa, cocinar! A mí eso no me pasa y es una suerte que no me pase. Porque caer de ahí arriba a la mutilación del ánimo, que uno a veces cae, debe ser fatal. Entonces, digamos que lo llevo bien y hay momentos en los que no tanto. Momentos en los que me pongo muy oscura aunque no llega a ser una cosa demoledora. Sirve para escribir a veces un poco, pero sí siento que es un tiempo muy inmóvil y que si bien uno sigue haciendo cosas, también hay mucho de desperdicio. En términos de que hay mucho tiempo que usualmente muchas personas ajetreadas en viajes y trabajos; de alguna manera siento que podríamos aprovechar, capitalizar de otra manera y sin embargo la imposibilidad… Pero al final del camino uno siempre está movido por la curiosidad y quiero estar ahí para ver qué pasa después. Así lo llevo, no estoy maravillosamente bien pero tampoco estoy deprimida. Por otra parte, confirmando cosas que siempre pensaba sobre la condición humana, que es bastante miserable por cierto.
—Sin dudas. Justamente tu escritura tiene que ver con la precisión de las palabras. Porque no escribís una palabra de más y decís todo: «Es un tiempo inmóvil», «una mutilación del ánimo». La incertidumbre. ¿Podés escribir o leer? Porque entre tanta locura, algunos están imposibilitados. ¿Vas a hacer alguna crónica de esto? Lo típico: porque sos escritora te pregunto si vas a hacer una crónica.
—Sí, como decís, “un diario de la peste”, ¿no? Por suerte, viste, no salieron tantos diarios.
—Yo le tenía miedo… Pero publicaciones como Sopa de Wuhan son extraordinarias.
—Sí, salieron un par que estaban bien. En la revista de la UNAM, por ejemplo, algún texto de Mariana Enriquez, estupendo, otro de Julián Herbert, igual. Cuando empezó todo esto no podía leer absolutamente nada, solo lo que tenía que leer por trabajo y también me costaba y me preocupaba ¿Cómo voy a hacer para seguir trabajando? Yo vivo de leer, tengo que leer mucho para trabajar. Y también me pasó otra cosa: escribo columnas, y me daba vergüenza porque de lo único que podía escribir era de la epidemia. De lo que pasaba, de lo que veía por el balcón y del punitivismo de la gente, de los colegas, el discurso médico… Y con el tiempo, eso empezó un poco a pasar un poco forzado también, lo de escribir, digo. Porque a veces hay que forzar, la escritura también es una voluntad. Y con la lectura por suerte estoy mejor, igual bastante picoteadora. En términos de que empecé, primero leí dos libros enteros juntos, como de 700 páginas cada uno y después empecé como a dispersarme. Ayer, por ejemplo, agarré Pessoa de la biblioteca, El libro del desasosiego, qué libro para leer en este momento, ¿no? (Risas) Al principio del confinamiento estaba releyendo muchos libros que tenía que ver con por ejemplo, Al amigo que no me salvó la vida de Hervé Guibert que murió de HIV, y su libro es el recorrido por esa epidemia que tenemos tan cercana y que continúa y que nadie habla. No es epidemia ahora.Ahora estoy un poco más concentrada, pero ya te digo: muy dispersa también. También estoy leyendo la última novela de Zambra, Poeta chileno. Y a la vez estoy leyendo de Anne Dufourmantelle, Elogio del riesgo, y mucha poesía, como siempre. Pero un poquito así picoteadora, me había puesto a releer un libro de Michael Chabon, un autor que me encanta. Un libro de cuentos, soy muy mala lectora de cuentos.
—Vamos a Teoría de la gravedad. Quiero empezar por el título y el diseño de tapa: es tan gráfico, estás sobre el hilo, sobre la escritura, sobre el trazado: la teoría de la gravedad, estamos realmente parados. Es una selección de columnas, por supuesto, de crónicas pero es muy íntimo, contás mucho de vos pero sin embargo no te conocemos. Contás de tu infancia, La Pampa, Junín, tus padres, tu madre, pero hasta ahí, no es que leo este libro y digo “¡Ah, Leila es…!”. No, no sé. Todo me resultó muy punk: un minuto, palo y a la bolsa. Te tiro la bomba, acá te la dejo y me voy. Fue exactamente eso. El formato, no sé cuántos caracteres son cada columna, una página, página y media ¿No hay una cronología o me equivoco? ¿Hay una cronología?
—No, no hay. No, las columnas tienen 321 palabras máximo. Tampoco puede tener mucho menos, porque sabes que esto se publicó en la contratapa del diario El País con lo cual. 321 palabras que son 21 renglones de Word, muy pocos caracteres, no son ni 1000 es muy cortito. Yo tenía que contarlo por renglones. Había columnas que tenían palabras muy largas, esdrújulas, por ejemplo y me mandaban un mensaje y me decían “Leila, muchas esdrújulas” y yo sabía que tenía que cortar unas doce palabras. La cantidad de caracteres era la misma, pero la cantidad de renglones bajaba. Al final lo contaba en renglones. Orden cronológico no, porque me parecía el orden más aburrido de todos. Era un plan perezoso. La selección la hice yo y tuve que releer mil veces todos los textos antes de organizarlos. Son como 100 columnas, es imposible tener todo eso en la cabeza. Pero lo que tenía muy claro era que había distintos campos, distintos paisajes, momentos y debía encontrarle un orden, una textura, algo que le diera un sentido a todo. Lo que hice fue imprimirlas todas, una vez que las había seleccionado, porque habían 200 y algo de columnas, pero bueno seleccioné 90, 99, 100, 98, blah y las esparcí en el living de mi casa que es muy grande y me subí a una silla y las miraba desde arriba para contemplar. El título bien grande para que me remitiera a lo que estaba allí y como que teoría de la gravedad, como un campo de imanes se iban atrayendo, se iban expulsando y así empezar con la columna que arranca que es una especie de alarido muy punk fue idea de Luis Solano, yo había puesto otra columna ahí en el arranque, inédita; a Luis le pareció mucho mejor ponerla ahí. Aunque después salió publicada, pero al momento que la entregué estaba guardada para publicarse. El libro se iba a publicar después de la columna así que no era un problema, pero tenía claro que lo primero tenía que ser muy estruendoso. Después, pasar por distintos climas, distintas zonas anímicas también, para terminar con esa última palabra que es curiosidad. Un poco premonitoria, no tanto premonitoria sino auspiciosa de lo que seguiría. Soy una tipa como muy curiosa. Y lo que decías al principio, a mí muchas veces me plantean esto de cómo se siente hablar de uno mismo en un lugar tan expuesto, la verdad yo no siento que hable de mí misma de una manera tan abierta creo que el que lea el libro pensando qué puede encontrar, bueno no sé por qué a la gente le interesaría saber algo de mí. Pero cada vez que conté una historia relacionada con mi vida o con mi infancia en Junín o con mi padre, mi madre, mi pareja o mis hermanos o con alguna amiga, lo que fuere, lo hice porque pensé que era como un trampolín para hablar de algo que excedía eso. En el fondo puedo hablar de mi padre pero en realidad estoy hablando de una cosa mayúscula que lo excede.
—La clave es la curiosidad. Cada columna es una historia donde contextualizar un pensamiento o un análisis. Uno, lector, le gusta ver un poco la intimidad del otro. Decís “¡Ah, mirá esta piba, claro, de La Pampa!”. Además, está presente la poesía desde Vilariño, o Mollo, siempre estás citando a alguien, siempre encontraste ese contexto cultural para remitir la historia. Una herramienta que utilizás con una tranquilidad única realmente.
—Son cuatro años de trabajo, hice la columna durante cuatro o cinco años y obviamente la columna es un escardado de ese material. Hay mucho de eso que no estaba y que nunca estuvo ni en la cabeza de Luis Solano, el editor, ni en la mía para que estuviera en el libro: muchas columnas coyunturales donde hablo de temas que me parecen muy relevantes. El Papa -generalmente en contra del Papa-, hablo también de género, de política, de Latinoamérica en general porque somos eso. Me interesaba mucho tener una columna en un diario español y hablar, criticar un poco también como la mirada que tienen los europeos sobre América Latina. A veces, no digo todos, un poco exotista o pobrista también, entonces cuestionar un poco algunas cosas. Cuando empezás a hacerlas es como un susto porque lo primero que decís es qué se me va a ocurrir a mí hacer una vez por semana, es un delirio esto. Una vez que empezaste tenés que lidiar con esto y Solano, el editor de Libros del Asteroide, las leía. Yo lo conocía, había trabajado haciendo prólogos para la editorial, los encuentros que tuve con él gracias a una amiga en común siempre habían sido muy lindos y me pareció siempre un gran lector. Su editorial me parecía como esas editoriales de fondo, que vos sabés que agarres lo que agarres es bárbaro, ¿viste?
—Amo Asteroide, sí.
—Claro, algunos de los libros que más me han gustado de los últimos años son publicados por ellos. Por ejemplo, Jernigan de David Gates, El diario de una ama de casa desquiciada de Sue Kaufman, me parecen dos obras impresionantes. Es estupendo. Un día nos encontramos en Madrid y me preguntó si había pensado en hacer un libro con las columnas y le dije que sí, pero tenía que ser un libro que recopile solo aquellas que muestran este paisaje emocional, no las que hablan del Papa, de lo más coyuntural. No me divierten esos libros. Y me dijo que estaba muy de acuerdo, que el libro tenía que tener una poética propia. Quedamos en que yo iba a seguir escribiendo columnas y en algún momento más adelante, cuando se juntara una cantidad propicia… para sacar algo que tenga sustancia, que tenga peso propio, hay que tener diez veces más de lo que uno va a escardar.
—Por supuesto.
—Entonces pasó el tiempo y Luis me preguntó si creía que ya tenía material suficiente. Revisé, miré mi archivo, yo soy súper organizada y había como 200, 300 o 400 columnas, ya ni me acuerdo cuántas y ya por el número le dije que sí. Si en todo eso no tengo 90 columnas para hacer un libro es que estoy lobotomizada (risas). Me preguntó si quería tener un editor y le dije que no, que me parecía que editar el libro era escribir el libro en este caso; quiero decir: encontrarle el orden a las columnas era escribir el libro. Me hubiera sentido muy incómoda, muy invadida por un editor de afuera que me diga “Esto tiene que ir primero, esto después, esto después”, a esta altura lo he hecho con libros propios y ajenos, entonces sentía que lo quería hacer yo. Eso fue, a Luis le encantó el orden y fue genial porque yo había puesto otra columna primero y Luis me dijo “No, me parece que la columna que tiene que arrancar es esa que es un grito, una especie de manifiesto” y creo que la que yo había puesto quedó segunda o la sacamos, ya ni me acuerdo. Pero estuvo bárbaro. Así que ese fue el camino del libro y acá estamos.
—Creo que es un libro para leer en voz alta. Fue algo que hice. Y vuelvo a lo punk que como premisa destruye para volver a construir. ¿Pasaste por un ejercicio de rompimiento? De decir me rompo y a ver cómo me rearmo.
—Yo creo que vengo rota de fábrica, no tengo ninguna posibilidad de armar nada, ni quiero, ¡no! (Risas) Tengo muchísimos años de psicoanálisis y jamás dejaría.
—Es muy evidente, sí.
—Jamás dejaría de analizarme, pondría en riesgo a los demás. No tanto a mí misma, pero a los demás. Hablando en serio, el psicoanálisis me parece un camino de sabiduría, de conocimiento. A mí me ha servido mucho para mi oficio.
—Desde ya, a mí me salva.
—Tratar de entender. También me salvó a mí pero me permitió deponer el prejuicio, escuchar sin juzgar, saber que no hay nada bueno sin malo, que no hay nada malo sin bueno, ver al otro como una complejidad no como un bloque. Me abrió mucho la cabeza. No soy autodestructiva para nada, me preservo mucho, de hecho creo que la angustia funciona como síntoma de preservación. Sentir algo permite hacer algo con eso. La indiferencia, la negación o no poder soportar la angustia y autodestruirte, no soy esa digamos. No soy positiva pero sí soy una persona muy fuerte. Me siento sumamente fuerte. No soy positiva en estos términos, sí lo soy en que hay que ir hacía allá, me da curiosidad, sí creo que hay cosas buenísimas que van a pasar y van a estar mezcladas con cosas malísimas, pero no soy trágica, negativa, no pienso en que la humanidad debería extinguirse. A veces una escucha esos discursos “El planeta estaría mejor sin la raza humana” y digo, la gente que reclama esto, pensará en su propia extinción también o declamar esto sería el salvoconducto que los salva de la extinción. Porque para qué queremos un planeta sin nosotros, no lo entiendo eso.
—El que dice eso es un narcisista de primera porque justamente se debe sentir excluido. Que se mueran los demás.
—Pero no creo en discursos positivos, que lo que pasa es por algo: decile a una persona paralítica que lo que pasa le conviene. Me parece una ofensa a la inteligencia humana. Positiva no, pero destructiva tampoco, sé que la humanidad es un conjunto de cosas que están muy bien, porque ahí está Pearl Jam, Pollock, Bach y también hay cosas horribles: Hitler, Videla, la guerra de Nagorno Karabaj que nadie le da ni cinco de pelota… Está la discriminación. Mis vecinos armenios, que todo el mundo los mira de costado, tiene puesta una bandera divina armenia acá enfrente y todos los miran con cara de que hablan raro. La humanidad es un asquito, pero también es una maravilla. A mí no me gusta evangelizar.
—Una cosa que causa curiosidad con respecto a las columnas: nombrás en un par de oportunidades al doctor L con quien te vas a hacer acupuntura, aparentemente.
—Ahora no. ¡Qué pena!
—No creés pero igual vas al chino y hasta lo tratás muy bien por lo que se ve.
—Sí, claro. No tengo ninguna clase de creencia religiosa ni espiritual. Todo el mundo te dice “Vos en el fondo creés, porque sos una persona muy espiritual”; sí, no sé, creo que saqué este libro, que este teléfono está acá, en esas cosas creo. Pobre, porque a la gente le da pena que no crea en nada, entonces aparecen los ovnis, las piedras energéticas, la energía, la respiración, el yoga. Yo escucho ¿viste? Y nada, no creo en nada después, sigo sin creer, me voy sin creer. Tengo una historia muy divertida, que no voy a contar ahora, con una médium con la que traté de contactar a Roberto Arlt. Primero que nada el doctor L, que hace acupuntura, es una aguja que te entra en el cuerpo y evidentemente te produce algo, en eso sí creo. En lo que no creo es el reiki y todas esas cosas. Pero no sé, si te lo hacen en un lugar con luz linda, la persona que lo hace es amorosa y te relaja, te dormís una siestita. Entonces no sé, mi postura es yo no creo en eso, pero creo en la gente que lo hace. No creo en el reiki, pero viene Juan Pérez y es divino y me hace el reiki con todo el amor del mundo, creo en Juan Pérez. Pero, el doctor Lee es un genio.
—Doctor Lee.
—Parece un chiste el nombre, porque es tan chino que no se puede creer. En este caso del doctor L, doctor Lee, no es tan paradójico. Es medicina china y se supone que es algo medio ancestral, qué sé yo. Él es muy encantador y claro que lo trato bien. Bueno, lo trataba.
—Si no vamos a contar lo de Arlt, voy con otra: en el twitter de Eterna Cadencia preguntaron “¿Sueñan con los libros?” y me acordé que había leído en el tuyo que habías terminado de leer a Piglia, los diarios, y a la noche soñaste con Piglia. Espectacular lo del sueño, me pareció un gran momento ¿Lo conociste? ¿Lo tuviste de profesor?
—No, una pena no haberlo tenido de profesor. No fue mi profesor de Letras pero fue profesor de otras cosas, un tipo bárbaro.
—Sí, claro sí. Otra cosa que me di cuenta a partir de las columnas, es que amasás, horneás pan y en un momento decís que escribir es como amasar, me imagino que tiene que ver con el tema de la construcción. Entrevisté a Cartarescu y me decía que para él escribir era como tejer, porque él veía a su madre tejer y sentía que hacía más o menos lo mismo para llegar a un final. La madre teje para hacer una manta, o sea llega hasta el final, él escribe para llegar al final del cuento. Vos decís que escribir es como amasar y la verdad me pareció que es más amasar que tejer y yo no sé hacer ninguna de las dos cosas. Porque el pan te alimenta y yo creo que la lectura pues lo mismo. Quizá un tejido te abriga también. ¿Cómo hacés esta analogía? ¿Por qué pensás que amasar es como escribir?
—Sí, porque en verdad yo amaso hace muchos años. En casa no se come pan que no sea amasado, casi nunca. No sé si me sale bien, me gusta amasar, empecé a amasar y me gustó. Desde hace mucho tiempo ya que empecé a experimentar ya con otras harinas, viste que ahora hay harinas de todo.
—De garbanzo, sí…
—Sí, de centeno. Ahora quiero ver si me sale el pan sobado, con harina candeal. Cuidado con eso, porque puede ser un desastre, complicado de hacer.
—Ya me perdí dos palabras, pero bueno.
—Me imagino, yo tampoco las entiendo. Tengo que investigar.
—Volviendo a tu pregunta, hacer pan es como cosechar, depende de muchas cosas. Depende del clima, de la humedad, del calor de la mano, tampoco voy a decir que depende del estado de ánimo pero un poquito sí, de tu paciencia en un punto porque hay que amasar, esperar que leve. Si estás haciendo pan con masa madre, la activación de la masa madre te lleva unas cuantas horas, no podés hacer nada solo mirar, contemplar, poner el rollito para que leve, sacarlo. Te puede salir muy mal, te puede salir muy bien, no está todo bajo tu control, ¿no? Y en la escritura siento que pasan muchas de esas cosas, no está todo bajo tu control todo el tiempo, hay días en los que estás más dispuesto, otros menos predispuesto. Cuando no tenés ganas de amasar tenés que forzar eso porque hay que hacer el pan, porque el otro día va a haber alguien ahí esperando comer tu pan entonces lo tenés que hacer. Tenés que aceptar que el pan no te va a salir siempre igual y con la escritura pasa lo mismo, aceptar que no te va a salir siempre maravilloso y con la escritura pasa lo mismo. Tenés momentos mesetarios en los que no todo sale maravilloso. Uno publica pronto un libro como este y trata de, dentro de lo posible, más que decente digamos. Pero la publicación cotidiana, semana a semana, no podés estar allá arriba todo el día, todo el tiempo, Es inhumano. Los genios me parece que tampoco. Entonces, el amasado del pan tiene una cosa que es automática y la escritura tiene algo también que es sentarte y ponerte, que es como la parte más mecánica del asunto y el pan también, tenés que ponerte a amasar diez, veinte minutos, y hay toda otra parte que viene de un lado más misterioso digamos que es que todo se alinee para que el pan salga fantástico y que todo se alinee para que tu columna, tu escritura, todo se alinee; La experiencia, la inspiración, la luz del día, el silencio del día o la falta de silencio del día. Son dos tareas muy artesanales, son dos tareas solitarias. Yo con eso soy medio clásica, como las abuelas, esas cosas que te dicen que si revolvés para el otro lado se te corta, que si lo agarrás con la mano fría, que si lo tocan dos manos no se qué, bueno eso yo creo todo. Lo que no soy en la vida de supersticiosa, en la cocina es todo superstición.
—Hay algo que acabás de decir: uno no puede estar como todo el tiempo haciendo, estar arriba al tope con la escritura, ¿no? Pero hay alguien que te parece, que justo vos nombrás y que las dos me parece que somos fans, que es Knausgard, él está siempre arriba, él no para de escribir. O la Enriquez, primero la novela de las 700 páginas, luego este nuevo este que le editaste.
—El otro lado, la ficción de Mariana.
—Sí, extraordinario. No quería tocar mucho otros temas que no fueran tu libro realmente, pero tengo que decir que es un trabajo maravilloso el libro de ensayos de Mariana. Dio con una editora como vos, y lo estoy leyendo feliz de la vida.
—Soy súper fan de Knausgard y de Mariana, me encantó hacer ese trabajo y creo que es muy difícil, Mariana no lo hubiera hecho, pero creo que nadie lo hubiera hecho en su sano juicio. Yo tuve acá en el pasillo de mi casa durante un año entero todo el archivo de papel de Mariana. Metros de papel. Me los traje en dos valijas y se lo devolví en tres, por lo cual creo que debo haber escrito yo cosas. Fue fantástico, yo soy súper fan, me encanta Mariana, todo, su ficción, su no ficción. Siempre me pareció que su obra de no ficción tenía que tener un espacio en donde mostrar esa tremenda solidez, esa erudición tremenda que tiene. Mariana puede escribir de lo que sea de rock, de literatura sofisticadísima, de literatura más popular, de género, de no género, es absolutamente maravillosa. Tiene tanta curiosidad y yo a veces me pregunto de dónde saca todo lo que sabe… porque labura como una bestia, es muy obrera. Y digo: ¿de dónde saca el tiempo para consumir todo eso? Sabe todo de cine, todo de cine de ficción, todo sobre documentales, de diarios del mundo, de literatura, habla idiomas, tiene gatos, tiene marido… es rara (risas). Y Knausgard… A mí me encanta el tipo.
—Sí, lo amo.
—Sé que es una de esas personas como el mondongo; hay gente que ama el mondongo, yo amo el mondongo. El mondongo digo, no el grupo Mondongo, que también me gusta mucho, el grupo artístico y hay gente que lo detesta, que lo desprecia directamente. Me parece que uno de los encantos de Knausgard también, es que tiene una cosa medio despareja. Hay unas imperfecciones de él que a mí me gustan. Hay libros, más allá de los gustos obviamente, que uno los siente mucho más contundentes La muerte del padre, un hombre enamorado y después hay otros como La isla de la infancia, que a mí me parece menos contundente. Parece que el tipo es un grafómano ¿no?
—Claramente.
—Parece que hay traductores y traductoras que están en un cuarto traduciendo solo la obra de Knausgard en noruego.
—¿Nos leés algo del libro?
—Se llama El pacto y dice así: Aquí yo, otra vez, arrastrándome en el pantano de los rotos o flotando feliz entre la euforia de los vivos, idéntica a mí, la muy sincera, la muy falsa, la esquiva, la insensible, la mísera, la idiota, la astuta, la excesiva, la austera, la retrógrada, la feminista, la jurásica, la iracunda, la violenta, la agresiva, la suave, la tan suave, aquí yo, yo, yo, la egocéntrica, la narcisa, la modesta, la muy humilde, la tan humilde, la soberbia, la confundida, la preclara, la confusa, la confesa, la caníbal, la cobarde, la cursi, la que habla de sí, la que no habla de sí, la que solo habla de sí, la impávida, la fría, la muy cálida, la kitsch, la ruda, la bruta, la brutal, la que vive en sosiego, la desasosegada, la que te tiene harto, la que no sabe lo que dice, la que no dice lo que sabe, la que lo cuenta todo, la que no cuenta nada, la que lo cuenta todo pero no cuenta nada, la que no sabe escribir, la que escribe como puede, la que no escribe en absoluto, la que no piensa, la que no sabe pensar, la enredada, la vacua, la precisa, la justa, la tan justa, la honesta, la muy insoportable, la rastrera, la infame, la insumisa, la blasfema, la que pide y no da, la que da pero no quiere, la que lo quiere todo, la que nunca da explicaciones. “Mi propósito” —dice Balder, uno de los personajes de la novela El amor brujo del escritor argentino Roberto Arlt— “es evidenciar de qué manera busqué el conocimiento a través de una avalancha de tinieblas y mi propia potencia en la infinita debilidad que me acompañó hora tras hora”. “Poco a poco tendré que ir saqueando mi propia vida para ofrecerla al mejor postor”, escribe Andrés Felipe Solano en su libro Corea, apuntes desde la cuerda floja. Vengo aquí. Saqueo mi vida. Ahí la tienen. ¿Para qué la quieren? Yo, a veces, le prendería fuego.
—Otra cosa que recordé con esta lectura es la gran retórica que siempre dejas al final: “¿Y ustedes qué quieren? ¿Qué hacen?”. Leila todo mi agradecimiento, volví a estar nerviosa para una entrevista después de muchos años, sabelo.
—Pero, oíme, estuviste con Cartarescu, Lala, con Cartarescu. Gracias por todo, gracias a todos los que estuvieron, ahí en el chat vi a participantes de mis talleres, amigos queridos, gente de Junín, de todas partes. Gracias a vos, gracias a Malena (N: Malena Rey, Contexto Libros) también que es una divina. Ojalá que podamos hacer de vuelta algo así y presencialmente. Que pase todo y que no te deprimas Lala, ¡vamos! Curiosidad.
—No, tengo un gran psicoanalista (risas).
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