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Foto del escritorLala Toutonian

Mary Shelley o la moderna feminista

Publicado en Estación Libro, febrero 2020


Repasamos su vida e interpretamos lo que es el valor de haber sido la primera. La primera en escribir una obra de ciencia ficción gótica en la historia de la narrativa universal, la hija de la primera feminista y el primer anarquista, la primera mujer que acumuló las dotes de dramaturga, filósofa, poeta, ensayista, editora, biógrafa y musa, por qué no. La importancia de Mary Shelley, de todos modos, no se limita a todo lo descripto, sino la calidad literaria, sublime, que elevó al gótico como el último recurso del romanticismo.


POR LALA TOUTONIAN





Nació y murió en el Londres del siglo XIX, tiempos verdaderamente revolucionarios. La ciudad pasó de un millón de habitantes a casi siete en menos de cien años, era sede global de la política y las finanzas, el arte y las ciencias; y así como crecía en riquezas, la superpoblación y el crecimiento industrial aumentaba la pobreza, como bien narró Charles Dickens en sus novelas. Como sea, Londres era la capital del mundo.


Mary Shelley nació como Mary Wollstonecraft Godwin el 30 de agosto de 1797, hija de Mary Wollstonecraft y William Godwin. Su madre, Mary (1759-1797) fue escritora y filósofa y logró lo que ninguna mujer en su época: se estableció como profesional independiente en un mundo dominado por hombres. Su obra, Vindicación de los derechos de la mujer arremete contra la injusticia de género argumentando que si la mujer es considerada inferior al hombre es por la falta de educación establecida por la sociedad. Murió muy joven a los pocos días de haber dado luz a su hija Mary, lo que será uno continuo legado en sus obras (“El recuerdo de mi madre ha sido el orgullo de mi vida”, escribirá). Su padre, William (1756-1836) fue también escritor y un político de ideas radicales (estaba en desacuerdo con la educación estatal, consideraba inmoral al colonialismo y señalaba a la censura como enemiga de la verdad) que fueron el puntapié del pensamiento anarquista. De todos modos, lo que lo ubica en la historia antes que sus propios méritos es su vínculo con dos de las mujeres más destacadas de la historia universal: su esposa y su hija, algo que lo enorgullecería enormemente.


Mary heredó de sus padres el romanticismo por la militancia liberal y la bohemia literaria. ¿No es acaso su monstruo carente de humanismo por su origen -hecho de partes de cadáveres anónimos- y sin embargo un ser pletórico de vida y sensibilidad? Un grito de justicia, el primer exponente de inteligencia artificial. De hecho, la autora toma como licencia un homenaje a John Milton quien en su Paraíso perdido le reclama a Dios como el engendro (sin nombre a lo largo de toda la novela) a Víctor Frankenstein: “¿Acaso te reclamé, Creador, que de la arcilla me transformaras en hombre? ¿Te pedí que me elevaras de la oscuridad?”.


Sabemos que Mary concibió a los dieciocho años su obra más destacada frente al reto de Lord Byron esa famosa noche en Ginebra cuando instó a sus invitados a escribir. Debemos al poeta, además de Frankenstein o el joven Prometeo; El vampiro, de su secretario John William Polidori, también el disparador de toda una corriente literaria (y de la que Byron se atribuiría la autoría pero esa es otra historia).

Sabemos también que Mary estuvo casada con el poeta romántico Percy Shelley de quien adoptará su apellido. Muchas veces infiel y lleno de deudas, Mary fue la responsable de sostener a la familia con sus escritos. Tras la muerte de su primera hija, aún bebé, escribió en una misiva “He dejado de ser madre”. También perderá a los próximos dos hijos sobreviviendo únicamente el cuarto. Percy morirá ahogado cuando su velero sucumbe a una tormenta en medio del mar.

Todos estos episodios trágicos vividos desde su nacimiento serán el sesgo de su creatividad y el motor de fuerza: “Tengan cuidado —escribe en Frankenstein, no tengo miedo, por lo tanto soy poderoso”.


Poderosa. Mary Shelley fue una mujer poderosa. Talentosa, también, claro, prolífica escritora que supo dejar su pensamiento en cada una de las letras dibujadas. Morirá en la misma Londres que la vio nacer en febrero de 1851 aquejada desde hacía tiempo de dolores de cabeza que pudo haber derivado en un tumor cerebral.

Su obra elevó lo marginal entendido como lo que se mantiene al margen, en la orilla, al borde, con la voz del discurso romántico, idealista, despojado de vanos optimismos. La fatalidad como canonización y la pluma como su ejecutor.

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