Primera entrega de La Biblioteca Musical por Lala Toutonian
(Suplemento Cultura Perfil, 29/08/21)
Reacciones psicóticas y mierda de carburador, Lester Bangs (Kultrum, 2018)
Reacciones psicóticas y mierda de carburador - Prosas reunidas de un crítico legendario: rock a la literatura y literatura al rock es el título completo que eligió Greil Marcus para esta edición y él mismo seleccionó entre los textos de Lester Bangs.
Horriblemente traducido, al menos para el ojo argentino que lee, este libro no puede faltar en la biblioteca del buen rockero porque para peor, la edición es una belleza. Bangs no fue un crítico de rock más, tampoco fue el primero pero sí fue único. Hoy estaría cancelado -vaya términos se inventan a falta de convicción y conocimiento-. Pero en este oficio en peligro de extinción -el rock ha muerto, viva el rock-. el rock ya no moldea personalidades y a la música actual no le interesa que se escriba sobre ella. Pero ese es otro tema. Lester Bangs, decíamos, californiano, un periodista que no se moría por tocar y murió en el 82 a sus 33 años de una sobredosis de pastillas, fue una verdadera estrella de rock. Hasta para morir. Escribía en primera persona pero sin egos mediante: lo suyo era literatura. En el capítulo Richard Hell - La muerte significa que nunca tendrás que decir que estás incompleto (1978), escribe: “Succioné las gotas de vino de sus pechos, luego estuve lamiéndole el cuerpo hasta desecarlo y ya no quedaba nada por hacer. Ella durmió, yo deambulé por mi apartamento como cuando estoy solo, buscando razones para existir donde siempre las encontraba, en libros, discos, revistas y otros medios, pues la experiencia real del mundo era cosa de hippies, ya sabida y superada. Agotadas dichas drogas, deambulo incesantemente, o contemplo el espacio entre el descontento feroz y la opresión racionalizada.(...) En la época del fascismo emocional, nadie se atreve a gritar o juzgar lo que queda suspendido de manera tan patética en el aire, que es la vida misma; nadie hasta ahora, quiero decir. Quiero decir con ello que si no estás loco es que eres un demente; nos están devorando en cuerpo y alma y nadie se resiste a ello. De hecho casi nadie puede verlo, pero si escuchas a los poetas lo oirás y vomitarás tu rabia. Richard Hell era uno de esos poetas. Intentar contarte por qué creo, al menos en parte, en lo que dice Richard Hell sería como tachar el silencio de mi corazón”. Nótese, entonces, desde la narrativa poética hasta la paupérrima traducción. Pero se entiende lo que quiero decir. Bangs podría haber sido un poeta maldito. De hecho, cantidad de periodistas narrativos intentaron copiar su estilo y no salieron de la escritura selfie sin más. Como destaca Greil Marcus en el prólogo -quien se tomó el trabajo filoso con bisturí de juntar los textos de Bangs- la personalísima selección de artículos que componen esta esmerada y opulenta antología (en su mayoría notas publicadas en revistas tan prestigiosas como Cream, Rolling Stone y Village Voice, y más), pretenden sobre todo “recomponer la imagen de un hombre que creó su propia visión del mundo, llevándola a la praxis y enfrentándose a sus consecuencias”. Podía ser violento, sí, hasta con quienes idolatraba pero no les perdonaba una (Debbie Harry -fue capaz de encumbrar a Blondie y a la vez humillar a la cantante por no querer acostarse con él; Lou Reed, por ejemplo, a quien amaba -era heterosexual- pero lo peleaba y celaba como en un matrimonio). Evidentemente subjetivo, destacadamente emocional fue despedido de la Rolling Stone por irrespetuoso. Egocéntrico, telúrico, caprichoso, provocador, errático, incendiario logra que uno se desangre en sus textos torrenciales en los que revela un fondo cultural sólido, con pilares en la literatura beat típicos del momento (estamos en la década del 70). ¿Y por qué se permitió hacerlo de ese modo? Porque sabía. Porque sentía el rock, lo atravesaba y eso se desprende en cada una de las casi 600 páginas de Reacciones psicóticas… ¿Quién se atrevería a escribir hoy “Lo que necesitamos son más 'estrellas' de rock dispuestas a hacer el ridículo, tirarse de cabeza a la parte más honda de la piscina y, si es necesario, incluso avergonzar a su público mientras no les quede un atisbo de dignidad o aureola mística”? O mejor: ¿cuántos se ofenderían, músicos y público incluidos frente a esta afirmación? Hay que hacer una cuenta de Twitter con sus posteos a ver cuánto dura.
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