ENTREVISTAS DIPLÓ | FRANCO BIFO BERARDI
Por Lala Toutonian*
Hoy, entre tantas, la preocupación de Franco Bifo Berardi es la nueva Constitución chilena y el devenir del pueblo trasandino. No por lejano, en un sentido geográfico y hasta de idiosincrasia, le es ajeno en absoluto. La constitución política de Chile no podía terminar de despojarse de los últimos guiños pinochetistas, esto es: seguían regidos bajo una Carta Magna escrita, firmada y obligada de la dictadura. Y molestaba, enojaba en tiempos de democracia. Primero, desde el gobierno, se llamó a plebiscito, se le dio la palabra al pueblo: ¿qué quieren? En la primera de las dos preguntas planteadas en el mismo, “¿Quiere usted una nueva Constitución?”, el Apruebo ganó por 5.885.721 votos (78,27%) frente a 1.633.932 votos (21,73%) del Rechazo. Más allá del triunfo, no deja de sorprender el conservadurismo del casi 22% de la población. En el segundo interrogante, “¿Qué tipo de órgano debería redactar la nueva Constitución?”, los chilenos optaron por una convención constitucional formada por 155 ciudadanos elegidos por voto popular. Por supuesto la convulsión política se traduce en un autoanálisis riguroso del poder chileno y el acomodamiento del pueblo en una cartografía estrecha digna de su territorio como simbolismo subjetivo de crisis e intención de solución.
La revuelta que había comenzado con la juventud harta de algoritmos abstractos que no los atendía ni mejoraba, optó por los viejos mecanismos: gritar en las calles, saltar los molinetes del metro sin pagar, pintar las paredes, tomar el espacio público como escenario. La mecánica inspiradora no paró de rodar hasta llegar a cambiar nada menos que la Constitución.
Y lo que empezó sin una amenaza de pandemia, fue recorrido por la misma, entorpeciendo y poniendo en peligro aun más la vida, la libertad.
El día anterior a la entrevista con Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Franco Berardi había convocado a una asamblea vía zoom para tratar el tema de la Constitución chilena. Quedó desbordado: “Cómo se desarrolló la situación, hubo intervención de gente muy variada: militantes de la revuelta colombiana de Cali, hombres del sindicato metalúrgico chileno, psicoanalistas argentinos; en fin casi 200 personas de las cuales veintidós han tomado la palabra haciendo su aporte a la situación. Trabajadores de la salud mental que insisten desde el comienzo de la pandemia en dedicar particular atención al tema chileno. Así me di cuenta, por ejemplo, de que esta situación es una discusión mucho más compleja de lo que yo esperaba”.
¿Por qué?
Porque me ha permitido caer en la cuenta de que el proceso de institucionalización de la revuelta de otoño del 2019 es por supuesto un paso necesario, pero al mismo tiempo muy peligroso. Es decir que la dinámica que se desencadenó en ese momento ha permitido la creación de muchas realidades nuevas, de asambleas, de formas de vida cotidiana que cambiaron, de relaciones humanas, y todo eso tiene que ser la primera cuestión del proceso. Y el peligro es que de volverse a la dinámica institucional, las relaciones políticas podrían limitarse, pero al mismo tiempo la mayoría de las personas que han participado de esta asamblea eran muy conscientes del hecho de que la apuesta, la posibilidad abierta de la asamblea constitucional no se puede perder. No estoy hablando solamente sobre los chilenos, me parece importante que después de años de dictadura global de neoliberalismo, la dictadura que nació como un golpe fascista en Chile, tras cuarenta años, esta es la primera vez que podemos hablar sobre principios alternativos, principios constitucionales alternativos. Yo no soy un adorador de la ley, no creo que la ley sea la solución de los problemas sociales. La solución está en la sociedad misma, la cultura, la cortesía, la comprensión y de muchas otras cosas, no la ley. Pero tal vez, la ley puede lograr esa creación constituyente.
“No era depresión era capitalismo”, ponen en las pintadas [en Chile]. Es una de las frases que más me ha golpeado, verdaderamente.
Veamos el rigor de la palabra Constitución: algo que constituye, que crea, que funda, una Carta Magna, más allá de legalidades o estatismos que de rigor deben entrar para construirse y que sea su finalidad el bienestar del pueblo. Entonces, celebramos que se reforme una Constitución, sobre todo luego de tantos años, que es otro factor destacado: todo toma siempre mucho tiempo. Los juicios de la dictadura argentina fueron largos, dictadores que murieron sin ser juzgados. Entonces, la Justicia es lenta, el pueblo es el protagonista y está apurado. En Chile fue el pueblo, o mejor, fueron los estudiantes que entraron a los gritos al metro saltando los accesos. Usted destaca que la depresión que padecemos por el capitalismo y ahora sumada la pandemia puede ser contrarrestada con el accionar. Y esa acción, quizá, venga de mano de la revolución. ¿Es la juventud la que está logrando este cambio? Y otra pregunta argentina: ¿dónde entra el psicoanálisis?
Y yo sumo a esa pregunta suya otra para mí mismo: ¿por qué un grupo de psiquiatras, médicos de la salud mental, que viven en Italia, España, Argentina, México, Chile, han decidido mezclarse con una problemática meramente política? Las respuestas a su pregunta y a la mía no son mías: están en las paredes de Valparaíso: “No era depresión era capitalismo”, ponen en las pintadas. Es una de las frases que más me ha golpeado, verdaderamente. Porque al mismo tiempo contiene un análisis de lo que es el capitalismo contemporáneo, esto es una fábrica de la infelicidad, una forma de producción masiva de la fragilidad psíquica que está vinculada con lo que es la precariedad laboral. Vinculada también con una condición donde los cuerpos no se encuentran porque cambian los signos codificados a través de una máquina. Es una generación frágil con una fuerte y lógica tendencia hacia la depresión. Afortunadamente, hoy las terapias son muchas pero me parece que la que mejor resulta es la insurrección, ha sido la sublevación, la creación de comunidades autónomas en las calles de la ciudad lo que dio aire. Y no solamente en Santiago, sino en Minneapolis, Chicago, y esas ciudades norteamericanas en la primavera de 2020. En el momento mismo de la violencia pandémica, de los muertos estadounidenses, negros, latinos y blancos precarios debieron enfrentarse a una alternativa. La metáfora psicoanalítica del ciclo pánico-depresión expresa adecuadamente el presente porque no es solo una metáfora, sino la sustancia de la que está hecho el proceso de subjetivación social. O nos arriesgamos al peligro de contagiarnos el virus o nos arriesgamos a la humillación definitiva, una depresión a largo plazo. Ése es el problema hoy, y los jóvenes pueden reactivar relaciones sociales de solidaridad solamente a través de la revuelta. Eso es así. Entonces, un grupo de treinta psiquiatras decidieron ocuparse de algo que aparece como problemática de psicoterapia, eso es lo primero a destacar. No sé si poner el problema en términos de revolución, al menos en un futuro próximo.
Desde hace unos pocos años se fantasea con el final del capitalismo a partir de diferentes movimientos mundiales: ecológicos, políticos, el viraje destartalado a la derecha primero en Europa y luego en América Latina, en toda América en realidad, pero con evidentes pasos mal dados. ¿Es una utopía más o se ve el final en el horizonte?
Yo creo que el neoliberalismo ha llegado a un punto de colapso final, pero me temo que seguirá imponiendo sus reglas después de la pandemia. Muchos esperaban un cambio público y no, no ocurre, no ha ocurrido hasta ahora. Lo hemos visto con la decisión de las Big Pharma al negarse a suspender el pago de las patentes: ha dicho “No, esto es propiedad intelectual privada sobre la vacuna”. ¿Qué significa tener la propiedad intelectual privada sobre la vacuna? Los accionistas de Pfizer no son virólogos, médicos ni informáticos, ¡son financieros! La única ciencia que conocen es la ciencia de la acumulación de la moneda. Por eso el neoliberalismo se reafirma hoy, y con una nueva ferocidad antes desconocida. Esa revolución sí necesitamos. Una revolución implica una capacidad política actual a través de la autogestión. Por eso una carta constitucional es muy interesante, es muy importante, porque puede funcionar como una carta de comunidades autónomas que intentan alejarse de esa ferocidad del neoliberalismo.
“Yo creo que el neoliberalismo ha llegado a un punto de colapso final, pero me temo que seguirá imponiendo sus reglas después de la pandemia.”
Por un lado, para los laboratorios somos clientes y no pacientes, y por otro las Constituciones pueden ser necesarias para consolidar democracias. Y pasamos a este tema: la democracia. La revolución ya no viene de la mano de cortar cabezas a lo María Antonieta, ¿si la democracia es de derecha es tal?
La palabra democracia tiene demasiados significados. Naturalmente ha sido, al menos como palabra, como significante, muy importante. Contra el fascismo se ha reafirmado el principio de la ley sobre el Estado, el poder y la acción popular gracias al voto. La democracia ha sido importante hace setenta años en Europa. Hoy el gobierno del pueblo significa muy poco. Cuando ocurrió la revuelta en Grecia en 2015, ¿qué pasó? La voluntad del 62% del pueblo no pudo hacer nada contra la afirmación automática de la ley financiera. Y la palabra democracia significa muy poco cuando en Italia el poder sobre la comunicación, por ejemplo, es decir, la mente de la mayoría de la población, ha estado en manos de hombres mafiosos como Berlusconi, y aún sigue ocurriendo. Con la democracia no se puede cambiar nada. Entonces, la palabra democracia se ha convertido en la nada misma. Insignificante.
Absolutamente…
En cierto punto ha sido un momento de discusión con mi padre que era comunista partisano y democrático. La discusión era la siguiente: yo le decía que creía que sin la organización de los obreros, en Italia, la democracia se vuelve la nada misma; se necesita de esa fuerza organizativa para concretarla. El movimiento obrero, también en Italia, ha insistido con la palabra democracia de manera necesaria e insistente en tiempos de antifascismos pero se volvió abstracta después. ¿Por qué? Porque decir democracia sin hablar de la fuerza social organizada, no significa nada. La Constitución italiana es probablemente una de las mejores Constituciones escritas en el mundo. Está el tema de la propiedad privada como tal, pero pone que no puede haber propiedad privada cuando entra en conflicto con los intereses de la mayoría. Y esto fue en 1948, pero ya no significa nada porque no existe la fuerza para poner esta limitación social colectiva de la propiedad privada. Hoy, creo que el problema no se puede poner en términos de revolución y no se puede poner en términos de democracia. Quizá autonomía y no lo sé… Las fuerzas sociales, las comunidades, los individuos, las asociaciones sí tienen el poder para autonomizarse, si es así, que lo hagan. En Chile, por ejemplo, ¿podemos decir que es un Estado nacional? No lo sé. ¿Que sea un Estado multinacional? La realidad de las comunidades indígenas está cambiando la carta política de América; los mapuches en Chile, por ejemplo, comunidades que sí se consideran autónomas tienen que crear una carta de principio que al mismo tiempo respete el esfuerzo social.
En Comunismo ácido, el libro que Mark Fisher no terminó porque decidió partir antes, dice que “la civilización tiene que defenderse a sí misma del fantasma de un mundo que puede ser libre”. ¿Qué dice Fisher acá? Que tememos a la libertad y los fantasmas, le gustaban los fantasmas.
Lo sé. (Sonríe.)
Viene a cuenta de que toda esta reorganización mundial de la que hablamos, quizá con la pandemia como disparador, pero el capitalismo siempre en el centro…
Sí. Y tenemos miedo. De la libertad, seguro, lo dijo Erich Fromm también, pero yo veo que la raza dominadora, los europeos; no Europa en un sentido de “europeos”, no los que viven en Europa, tienen miedo de los efectos del colapso del colonialismo. La dominación blanca se está acabando.
El Brexit, como ejemplo.
Sí, la cuestión migratoria de Europa. El gigante del que no se habla en Europa: el racismo resulta la base de la política de manera sistemática. La cantidad de personas muertas en el Mediterráneo… eso ocurre por el efecto de una política racista de Europa. Es un problema muy grande. El Norte de la Tierra, Europa en particular, está en una fase de envejecimiento, de pérdida de su potencia política colonialista, está perdiendo su potencia sexual juvenil. Hasta el siglo XX existía la aspiración a la expansión, a la conquista y todo. Hoy los europeos tienen miedo de lo que pasa en sus fronteras. O Estados Unidos con México, y tantos otros lados. La raza blanca se está acabando por cuestiones demográficas. El mismo problema se reproduce en distintos países. Hay un libro muy interesante de una bióloga epidemióloga, Shana H. Swan, llamado Count Down donde habla del decrecimiento de la fertilidad masculina y es alarmante: hoy el hombre ha perdido el 50% de su capacidad de reproducción por efectos claramente ecológicos, producto de la polución, del estrés, etc. ¿Por qué comento esto? Porque en Italia necesitamos a los jóvenes africanos pero al mismo tiempo les tenemos miedo y gritamos que “el peligro y la invasión”, que perdemos identidad… y es un miedo muy peligroso porque lleva a la guerra, a la construcción de campos de concentración como hay en Turquía. Cuando hablamos de una raza blanca, hablamos de una raza depredadora, imperialista. La identificación racial es solo una mistificación de una cuestión más compleja, la distribución de la riqueza, del poder.
“No era depresión era capitalismo”, esto es, un trastorno emocional que causa un sentimiento de tristeza, desazón constante y hasta con tintes románticos; el sistema económico que rige a la humanidad, la hiperproducción, la obligación social de la propiedad privada, le quita de un zarpazo cualquier poesía que puede, porque lo hace, contener el enunciado pintado en las calles de Chile. Escribe Berardi en su blog: “En la época de Freud, el capitalismo burgués y austero produjo neurosis. En la época de Guattari, el capitalismo global liberal y biopolítico (que Guattari y Deleuze trazan de antemano, como Foucault en Nacimiento de la biopolítica) estaba destinado a producir psicosis esquizofrénica y pánico. Así fue, de hecho: la aceleración de la Infosfera produjo una intensificación espasmódica de la psicosfera: la ansiedad de pánico se ha vuelto endémica y la depresión se ha extendido a la mente colectiva”.
La génesis del fascismo es, entre otras cosas, una reacción histérica contra la sensación de impotencia, contra la humillación y la depresión.
Continúa en su escritura: “Hay que encontrar una terapia para la depresión que sea una alternativa al nacionalismo, al racismo, a los linchamientos y a la guerra. La insurrección fue la terapia en Chile en 2019. Pero ahora necesitamos encontrar la clave para desentrañar la maraña de automatismos que impiden una forma social distinta a la basada en la explotación y extracción ilimitadas, una forma de actividad social libre y económicamente igualitaria. En Chile buscan esa llave”.
¿Qué pretende el pensador italiano? Un elector declaradamente anticapitalista, igualitario, feminista, indigenista y ecológico que pueda escribir el programa de una sociedad posliberal.
Activista antes que filósofo, Franco Berardi se graduó en Estética en la Universidad de la ciudad que lo vio nacer y donde reside, Bolonia, militó el antológico Mayo del 68 en su Italia natal y fue fundador del fanzine A/traverso (en su Fenomenología del Fin editado aquí por Caja Negra, desliza su amor por el punk como concepto identitario social). Así como el fanzine, esta forma de contracultura también la reprodujo en lo que fue la primera radio pirata italiana, la mítica Radio Alice y la TV Orfeu, cuna de la televisión comunitaria en Italia. Es “optimista”: “Veremos el colapso final del orden económico global”, asegura este hombre de pelo cano y pensamiento negro. Unos quince ensayos acompañan la obra del autor quien, quizá, sin ver necesariamente una salida, hace rato empuja sus palabras para hacerse espacio y abrirla.
Algunos de los títulos editados en Argentina son Fenomenología del fin, Futurabilidad y La segunda venida (Caja Negra), El Umbral (Tinta Limón), Respirare – Caos y poesía (Prometeo), Félix (Cactus), El trabajo del alma – De la alienación a la autonomía (Cruce Casa Editora) y La sublevación (Hekht).
Sigue: “‘No era depresión era capitalismo’ es una frase que marca el despertar de un mal sueño, de una pesadilla. La pesadilla liberal fascista que ha enfrentado a todos los individuos contra todos los demás, que ha armado a todos los pueblos contra todos los demás, que ha quitado el placer concreto de la mayoría de los seres humanos para prometer un crecimiento ilimitado de lo monetario abstracto. Y no subestimemos el hecho de que la pandemia actúa y actuará en un futuro próximo como multiplicador de la depresión”.
Lo suyo, esa militancia, ese juego dialéctico invita, o mejor, obliga a acompañarlo, a continuarlo. Y estos tiempos inéditos, plagados de incertidumbres, son ideales para que los activismos contraculturales y políticos llenen esos huecos y se acomoden, miren el abismo y se reflejen en subjetividades y determinismos dignos de un marginal entendido como alguien que anda por los márgenes, ni arriba, ni abajo, al costado.
Al día siguiente de esta entrevista, Bifo se aplicaba la segunda dosis de vacuna contra el COVID y sin olvidarnos de su condición de asmático, le deseamos lo mejor.
“Quiero pasar por Buenos Aires antes de morir”, nos dice hacia el final. Que así sea.
* Periodista cultural y editora. Integra FILBA y es columnista de cultura en Perfil y Diario Armenia.
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