Texto publicado en el libro Grandes éxitos, Bafici (Editorial A Sala Llena, 2021), junto a otros autores y sus reseñas sobre películas y documentales exclusivos del festival ( Diego Trerotola, Javier Diz, Julien Temple, Pablo Strozza, Luis Hitoshi Díaz, Esteban Rial, Mora Sánchez Viamonte, Rosario Bléfari, entre otros).
Cemento - El documental, Lisandro Carcavallo (2016)
Por Lala Toutonian
El documental sobre Cemento es un homenaje a lo que fue. Una hora y cuarenta cinco minutos de testimonios por parte de quienes pasearon sus huesos por el local de Estados Unidos 1238 intentan recrear la historia misma del underground argentino.
Este tipo de material resulta fundamental a la hora de trazar cartografías que hagan a nuestra identidad (contra) cultural. Quizá algo lineal aunque bien reagrupado por, diremos, categorías; el documental se conforma de las declaraciones de diferentes músicos -a su vez, unidos por géneros musicales-, productores y managers, actores y poetas, hasta los mismos involucrados en Cemento (Katja Alemann, Raúl Villarreal, Yamil Chabán, y otros).
También bien definida su cronología: tiempos que preceden a la creación del lugar (Café Einstein), la década del 80 en nuestro país con el resurgimiento de la democracia aunque con las mismas costumbres anquilosadas de la policía; luego los 90 con la nueva ola de rock más indie y elegante para finalmente llegar al trágico final de la mano de Cromañón.
Simple, despojado de barroquismos y con gran material de archivo se puede apreciar desde la primera obra y esa intención brutalista y hasta minimalista del lugar, el avant garde que caracterizó a Omar Chabán y su escuela alemana, y, por fin, el espacio que albergó a todos. A todos los diferentes. Esos registros de la construcción con una Katja Alemann desbordando belleza post victoriana, un Fernando Noy que, como siempre hace de la palabra una poesía y se las dedica todas a Chabán, el gran hacedor de la subcultura local.
“Era la capital de los sueños”, dice en el documental Yamil, el hermano de Omar y adalid que contenía a las masas. Y es la mejor definición de todas. Quienes pasamos por ese lugar frío y húmedo sin importar las estaciones, veíamos cómo nuestros sueños se hacían realidad. Uno, joven, post adolescente, perdido en lecturas surrealistas y existencialistas, embriagados de post punk y noise, simplemente llegaba a Cemento. Sin más, sin importar quién tocara o qué grupo teatral se presentara. Uno era bienvenido. “Chicas, no se queden en la puerta que vendrá la policía en cualquier momento”, decía Chabán casi siempre enjutado en una suerte de toga romana libro en mano, “Pasen, por favor”. Los raros, los débiles, los otros, teníamos espacio y libertad para -oh- ser uno más sin distinción.
Las palabras que dedican Norberto Verea, Sissi Hansen, Walas, Di Natale, Ciro Pertusi y las de Iorio, se suman a quienes entendieron qué fue Cemento: nuestro oasis, y de algún modo, Omar Chabán nuestro salvador.
Como si hubiera conocido Cemento y su significado, dice Mark Fisher en Los fantasmas de mi vida (Caja Negra): “La modernidad capitalista fue conformada por el proceso siempre incompleto de eliminación de la colectividad festiva. En esa memoria, que también es una ficción, una hiperstición, la plaga y la festividad se fusionan: ambas son imaginadas como espacios en los que los límites entre los cuerpos colapsan, en los que los rostros y las identidades se desvanecen. La solución es una individualización impuesta, lo inverso al carnaval: la penetración del reglamento hasta los más finos detalles de la existencia y por intermedio de una jerarquía completa que garantiza el funcionamiento capilar del poder; la asignación a cada cual de su ‘verdadero’ nombre, de su ‘verdadero’ lugar, de su ‘verdadero’ cuerpo y de la ‘verdadera’ enfermedad”.
Esto se ve en el documental: Chabán no se plegó a esa modernidad capitalista; sus tratos eran de palabra porque nada más tiene valor y era en función a su apuesta por el arte. Esas identidades de distintas tribus se desdibujaban en el local del barrio de San Cristóbal y la fiesta era siempre una. Que Cemento sea hoy un estacionamiento nos lleva a la reflexión de Fisher: el poder se impone sobre nosotros sin permitirnos ser. “Acá no ocurrió nada”.
Cemento fue un espacio de amor y eso se refleja en el documental de Carcavallo. Ya para su gestación refiere a esa génesis: Omar Chabán y Katja Alemann, quienes mantuvieron ese amor y compañerismo más allá de la separación de la pareja. Ver imágenes de Ricky Espinosa, el primer Hermética, Fun People, la Organización Negra, Los Brujos, Batato Barea, nos recuerdan que el arte, ese arte, es un campo de batalla y que, como individuos independientes hacedores de nuestra autonomía, salimos airosos y triunfantes en Cemento.
Miles de recuerdos se pelean por adentrarse en nuestro inconsciente para traernos de vuelta lo que fuimos, lo que nos formó para que seamos los adultos que somos hoy: libres. El gran material del documental desborda una sesuda producción y logra sí reconstruir un tiempo frenético, un posmodernismo contagioso y el intercambio entre las masas que pasamos por Cemento: una cultura subterránea de pensadores desencantados con la realidad. Una vez adentro de Cemento, no había nada más.
Cemento - El documental nos recuerda lo que nosotros mismos fuimos alguna vez: una conciencia grupal que tuvo su lugar sin prejuicios y ante la espera nihilista de un futuro virtual que supo plantarse en el pasado real.
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